Pero ya no hay represas que la puedan mantener presa, ya no hay apariencia que maquille su existencia. Y necesita nacer…
Parida por el olvido recorre el camino que comienza en un corazón al dolor sometido. Como la sangre de una herida, que en su ruta es interrumpida, busca una veta que le permita ver una salida.
A través de sus ojos ve la luz, tan cerca y tan distante; atrapada detrás de ese cristal aislante. Presiona, empuja, golpea, pero nada la libera. Pasan días, semanas, meses y sigue allí atrapada… ya no le quedan esperanzas que le permitieran creer que algún día podrá salir. Ya cómoda contra el cristal, asumiendo la presión como su cotidianidad, sólo por inercia costumbrista, no deja de empujar.
Un día algo inesperado ocurrió. Detrás de los cristales ve una imagen que sutilmente se esboza, y se para solemne frente a esos ojos. El rostro evasor de su progenitor, el origen y causa de su existir, como una revelación divina, lo ve ante sí.
Un alud de emociones precipitan sobre su corazón, pero prima el dolor que en la vacuidad del recuerdo creció. Esos ojos ya no toleran tal visión, el cristal se rompe en una suerte de inmolación que, astillando su desazón, explota sin control.
El momento tan ansiado llegó. Dando a luz esa lágrima, culmina el martirio de meses sin suspiros.
En esa vida corta, pero no menos esplendorosa, la lágrima carga en su interior, lo que una vez fue amor. Constituida en la ruina de semejante imperio, un final suicida la espera a orillas de su mejilla. La desdicha de un amor, la ausencia de una pasión, la traición de una ilusión, la muerte de un corazón, se desangra en una lágrima, que muriendo vivió.